La insoportable levedad del "sevillanismo cultural"

En la calle y en los comentarios de los granadinos se aprecia el rechazo a esta cultura que nos están imponiendo. A muchos granadinos nos parece insufrible tanta arrogancia del sevillanismo reinante. Nos imponen toda clase de romerías, fiestas, toreros, maneras de bailar, etc. Entre nosotros hablamos con un cierto desprecio de los sevillanos y de esta cultura de la diversión y del apasionamiento sobre lo que es vivir. Un granadino no puede soportar que corten la más mediocre de las películas del Canal Sur para poner el encendido de las luces del ferial hispalense y, un poco después, las interioridades del Rocío. No soporta ver, durante más de una semana, a los sevillanos impartiendo cátedra sobre el sevillaneo, que no es más que un desagradable espectáculo en clave de ópera bufa del famosilleo del momento y de sus delirantes pensamientos llenos de solidaridad, estupidez e ignorancia. No es que nos importe que Sevilla tenga un color especial o que la Virgen de la Macarena sea más guapa que la Virgen de las Angustias, sino que lo que molesta es que nos quieran hacer como ellos y que tengamos que sufrir las consecuencias de su ridículo sentido de la vida, basado en ver las cosas y al resto de andaluces desde la arrogancia y prepotencia que les da el lomo de un caballo.

Hoy tenemos un gobierno de una tendencia determinada porque los sevillanos agradecidos nos marcan la diferencia y nos imponen lo que la mayoría rechazan. No podemos soportar, o al menos yo no puedo, su sentido de la propiedad. Todo les pertenece: la Alhambra, la Sierra, el Albayzín, la mar, Andalucía entera. Toda Granada es de los andaluces antes que de los granadinos; su andalucismo no es más que una treta nacionalista para mangonearlo todo desde el presupuesto. Nos hemos convertido en una sucursal de Sevilla, y para colmo, hasta con funcionarios desde que el P.A. ocupa un sillón de la corporación municipal. Hoy, y después de lo que está pasando, hasta nos alegramos de que el Sevilla y el Betis bajen a Segunda; es como una reparación.

La verdad es que el poder político, sobre todo el socialismo democrático, se ha volcado con Sevilla y ha puesto en práctica su modelo de comunidad y de capital, el que a ellos les interesa. En efecto, Sevilla se convierte en la capital de un nuevo reino y allí se concentran todos los esfuerzos. Se proyecta: el Metro, la Expo 92, los Mundiales, estadios de todos los colores, toda clase de infraestructuras, el AVE, el macroaeropuerto, las industrias, etc., y hasta se modifica el curso del Guadalquivir para poner los nuevos puentes, insignias de su pujanza. Y lo peor de todo es que en cada puente, en cada estadio, en cada centímetro del futuro metro, uno ve cómo se va nuestro dinero, el dinero de todos los granadinos, el que se debería destinar a nuestro simple Campus de la Salud. Ellos tienen derecho a una segunda universidad para parangonarse con Madrid y Barcelona, y Granada tiene que hacinar a sus alumnos en vetustas aulas.

Por el contrario, es penosa la carencia de infraestructuras en gran parte de Andalucía y, mientras los granadinos tenemos que hacer colas para ir a Motril o Almuñécar, los sevillanos pueden ir rápidamente a cualquier lugar. Los almerienses llevan como diez años esperando la finalización de la A-92, a pesar de ser la provincia que más aporta, económicamente hablando, a la comunidad. El eje Almería-Costa de Granada, Málaga-Algeciras es el gran centro poblacional y económico de esta comunidad por mucho que les pese. Aquí se encuentra gran parte del futuro y del desarrollo, pero este centro humano y comercial ha sido relegado frente a otros intereses de la capital. El aeropuerto de Málaga, como las carreteras, siempre se quedaban pequeñas y se han ido haciendo poco a poco. El aeropuerto de Sevilla puede que tenga problemas de saturación en 2200. No ha existido una verdadera gestión del espacio coherente y seguimos muy descompensados.

Toda la historia reciente de Andalucía no es más que una opción política. Frente a lo que se ha hecho en Sevilla, lo conseguido por Málaga, Granada o Jaén es de vergüenza. Sin contar lo que unas ciudades han perdido con esa idea de acercamiento y que lleva al derroche económico, tal como sucede con las diez universidades andaluzas, que es un disparate populista impropio de un país responsable.

Sobre el centralismo de Sevilla hay que decir que se está mostrando mucho peor que el de Madrid. Y esto quizá se deba a que es más fácil encontrarse un granadino en Madrid que en Sevilla. Con esto quiero decir que Madrid sigue siendo un pueblo manchego habitado por gente de toda España, mientras que Sevilla es de, por y para los sevillanos. Se pueden poner muchos ejemplos. Nunca las delegaciones provinciales han estado tan sometidas como ahora al poder de la burocracia sevillana. Si esto ocurriese con Madrid, se estaría hablando de centralismo fascista.

Todo es consecuencia del modelo por el que se ha optado. Recuerda al centralista barroco de concentración de funcionarios, mientras se da magnificencia a la capital. El mensaje parece ser el mismo que en el Barroco. En aquellos momentos la verdad estaba alrededor de los grandes palacios y las iglesias de la capital. El pueblo observaba anonadado la enorme majestuosidad enseguida atribuida a sus dirigentes. Seguimos igual. La gran Sevilla actual es gracias al poder de los nuevos políticos y del poder del Estado autonómico. Así, desde el mito de la descentralización, se está construyendo una comunidad basada en la preponderancia administrativa y una fuerte jerarquización política. Todo ha surgido al extrapolar el modelo de partido político a la administración. Así, de la misma manera que los partidos se encuentran en manos de unos pocos prohombres, todo lo demás queda supeditado a una minoría rectora con ribetes carismáticos, convirtiendo a la democracia en una oligarquía de los partidos. En este organigrama los administradores, y nuevos funcionarios, son los políticos profesionales muy dependientes del partido que lo nombra. Las provincias orientales apenas tienen poder en los organigramas internos de los partidos políticos. Arenas, Chaves, Rojas-Marcos, González, Sanz, etc., todos ellos nos rigen desde la partida de nacimiento que atestigua su sevillanismo o adhesión a la cultura de esta ciudad.

No me sorprende la preocupación de algunas autoridades sobre este distanciamiento de muchos andaluces frente a esta insoportable cultura humanitaria-socialista que dimana del centro del poder político sevillano. En esta cultura se practica la dependencia y el proteccionismo. El pretexto es ayudar, favorecer a los más necesitados. Surge la cultura del pedigüeño que está dejando no pocos efectos perversos que tendrán difícil solución. No es éste el camino. De la Granada saturada de cultura y de la malafollá o de la Almería emprendedora deberían salir nuevas ideas que se opongan a este sevillanismo cultural que nos está debilitando. Se han pasado 30 años maleducando a la juventud y ahora se quejan sin advertir lo que pasa. No han comprendido nada, puesto que siguen igual, sin entender al hombre y sin tener ideas nucleares. El problema es que no es suficiente con querer educar, si es que lo desean, sino que hay que saber adónde se quiere ir y a qué nos obliga educar. El sevillanismo cultural necesita un relevo urgente.

Es hora de plantear nuevas fórmulas que planteen una Granada regida por sí misma, sin mangoneos ni caciquerías, una Granada capaz de decidir el futuro de la Alhambra y del Albaizín. Y, sobre todo, conseguir una Granada que antes que ser de los andaluces sea de los granadinos. El sistema autonómico andaluz está podrido a la par que caducado, esta Andalucía nos oprime antes que vertebrarnos.

Publicado en IDEAL

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